Julio Reguera tiene la mirada clara y la voz fresca de un hombre de 69 años. Habla con un acento bien sevillano, cristalino, una delicia. Mira a los ojos no para convencer, sino para hacerse comprender, para mantener el hilo que nos unirá durante nuestra conversación. «En Sevilla la pregunta es: Usted de qué es más: ¿de bares o de cofradías?», me dirá al momento. La librería Reguera ocupa desde 1977 un espacio entre esas dos devociones, entre El Tremendo y la iglesia de Santa Catalina. Esta mañana, después de varios WhatsApps intercambiados durante meses, tengo por fin cita con Julio. Antes de entrar, observo mi reflejo en el cristal de los escaparates, que vibran con el trasiego de autobuses y de gente. Dos dan a la calle Almirante Apodaca, uno a San Felipe. En ellos conviven el Boletín de las Cofradías de Sevilla con la novela negra y la literatura existencialista. El toldo está desplegado frente al calor de finales agosto. La ciudad se mueve a medio gas, los bares y comercios siguen cerrados por vacaciones pero Julio Reguera está detrás del mostrador aconsejando y despachando libros. Cuando entro un chico de pelo azul está comprando Lolita y los Diarios de Alejandra Pizarnik. «Yo me he pasado innumerables domingos aquí, ocupándome de la contabilidad, de las devoluciones. Cuando me voy de vacaciones, siempre tengo el móvil operativo. La capacidad de sacrificio es esencial cuando se es librero».
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Como siempre me pasa cuando visito el taller de un artesano, me siento ridículo. ¿Qué pinto yo aquí, tratando de entender en un rato un savoir faire pulido a lo largo de los siglos? Qué inconsistente mi móvil, mi cámara de fotos, mi cuaderno para… Leer más
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