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diario de un sevillano en París: Cena entre parisinos, cena entre sevillanos

Durante una época organicé frecuentes cenas en el apartamento de París donde vivía con mi novio de entonces. Casi siempre invitábamos a sus amigos (franceses); a los míos (españoles) solíamos verlos en bares y fiestas. La cita era normalmente un viernes o un sábado por la noche, rara vez entre semana. Sobre las 7 y media empezaban a llegar los invitados, trayendo consigo una botella de vino, un ramo de flores, tal vez bombones o algún queso (hace poco escuchaba a un gurú de los buenos modales, de esos que menudean en Francia, decir que no es apropiado llevar vino cuando se está invitado a cenar, ya que obligamos al anfitrión a abrir nuestra botella, desbaratándole así el maridaje que él tenía previsto). Sin embargo, lo que empezó siendo una ocasión estimulante, un momento de evasión luego de una semana de trabajo, se volvió, por repetido y previsible, un hábito algo fastidioso. Y es que las cenas entre franceses, lo aprendí entonces, deben respetar una lista de pautas que nadie ha cuestionado jamás (por este orden, aperitivo en el sofá, cena propiamente dicha alrededor de la mesa, quesos, ensalada, postre, digestivo e infusión de nuevo en el sofá).

Recuerdo el cansancio producido por aquellos encuentros que me parecían formateados, interminables, cansancio sin duda aguijoneado por mi falta de costumbre (y por mi aversión social genética), habiendo yo crecido en una sociedad más proclive a la improvisación -o así lo creía entonces. Además las cenas en casa se producían con demasiada frecuencia para mí, a veces hasta tres cada mes. El caso es que el otro día encontré por casualidad mi diario de entonces, en el que consigné algunos pormenores de aquellas veladas, como el nombre de los invitados, lo que cada uno llevaba puesto, los platos servidos y, sobre todo, los temas de conversación abordados. Leyendo esas páginas, me doy cuenta de que existían asuntos invariablemente repetidos de una cena a otra. Y tomo conciencia también de lo poco que han cambiado éstos a lo largo del tiempo. Hoy, casi 15 años después, escucho los mismos temas alrededor de la mesa cuando estoy invitado a alguna cena con parisinos, o cuando la organizo yo mismo en casa (cosa que sucede raramente, para solaz mío y disgusto de mi novio actual, al que le encantaría recibir con mucha más frecuencia de la que solemos), como si no hubiera pasado el tiempo y esta ciudad impusiera su santa voluntad a los que viven en ella. ¿De qué hablan los parisinos cuando se reúnen para cenar juntos?

En primer lugar, de la propia París. La ciudad es el tema central e inagotable de cualquier encuentro y da pie a varios apartados, siendo quizás el más jugoso la oposición entre vivir en París intramuros, esto es, dentro de la circunvalación que delimita la ciudad y sus veinte distritos, o mudarse a las afueras. Ambas opciones cuentan con partidarios dispuestos a defender su posición utilizando un arsenal de razones imbatibles. Yo, que pertenezco al grupo de los que no conciben vivir en la periferia (en la banlieue, como se dice en francés), justifico mi postura explicando que, una vez tomada la decisión de venir a buscarse la vida en la capital de Francia, no tiene sentido instalarse en las afueras. Para eso me voy a una ciudad de provincias, o me vuelvo a España, señalo. Prosigo mi alegato apelando a la inmarchitable excitación, repetida cada mañana, de levantarme sabiendo que vivo en París, dentro de París, no en alguno de los pueblos de los alrededores. La circunvalación, le périphérique, constituye para mí una barrera psicológica que no estoy dispuesto a traspasar. Por su parte, los que han decidido irse a las afueras, a menudo empujados por el proyecto de tener hijos, subrayan la diferencia de precio del metro cuadrado a un lado y a otro de la circunvalación. Se trata de un argumento indiscutible: vivir en París resulta más caro que hacerlo en la periferia. La banlieue, sostienen, ofrece lo mismo que París, solo que con menos muchedumbre, menos estrés, más espacio. Yo no podría vivir en 60 metros cuadrados en París, no podría pagarlo. Además, con el tren me planto en 30 minutos en el centro de la ciudad, concluyen. La conversación ha derivado así, de forma natural, hacia otro gran centro de interés del parisino: el precio de la vivienda en la ciudad y alrededores. En un lugar sometido a una presión demográfica excepcional (París es la ciudad con mayor densidad de población de toda Europa), se trata de un tema que nunca deja de estar en el candelero. ¿Cuáles son los distritos más baratos para alquilar o comprar un apartamento? ¿Cuáles son las previsiones en lo que respecta al mercado inmobiliario? La ley del dinero se cuela y recorre las charlas de manera inevitable. A medida que voy leyendo mi antiguo diario -sorprendido, como dije antes, por lo poco que la conversación entre parisinos ha cambiado desde entonces-, no puedo evitar hacer una comparación con Sevilla. Partiendo del hecho de que allí es mucho menos frecuente organizar cenas en casa, siendo la calle el lugar de encuentro por excelencia, sorprende que la ciudad no ocupe más tiempo como tema de conversación. Qué poco hablan de Sevilla los sevillanos, a pesar de los tópicos que nos pintan empavonados respecto a nuestra ciudad, me digo -es verdad que, de un tiempo a esta parte, la mutación de la ciudad provocada por el impacto del turismo hace que cada vez hablemos más de ella. Por su parte, el parisino te recibe en casa, pero se muestra más inclinado a mirar hacia afuera, a hablar de la urbe que palpita del otro lado de la ventana.

Otro asunto recurrente en las conversaciones entre parisinos es el tema del trabajo, insoslayable en cualquier reunión, proveedor de largas conversaciones durante las veladas. Si mal no recuerdo, hasta hace poco la pregunta ¿En qué trabajas? no formaba parte del repertorio usual de la sociabilidad andaluza -hoy se escucha cada vez más: el signo de los tiempos. La vertiente laboral y económica de la vida no entraba en las charlas mantenidas durante los momentos de asueto, como si se tratara de algo pesado e impuro (en este sentido, recuerdo, durante mis primeros años en Francia, cómo me sorprendía que me preguntaran por el tejido industrial de Sevilla, o por el nivel de vida de sus habitantes: ¿De qué vive la gente allí?, ¿cuáles son los sectores principales?). Por el contrario, ¿Cómo están tus padres? es una fórmula repetida con frecuencia entre sevillanos. Tal vez los límites de la intimidad ocupan diferentes posiciones en cada país, y lo que es público (el trabajo) se considera aburrido en Sevilla, mientras que lo íntimo (la familia) resulta delicado en Francia. Sea como fuere, el mundo laboral, con su inmensa dosis de estrés y de frustración en París, desemboca a menudo en otro tema de peso: las vacaciones. El parisino tiene constantemente la vista puesta en la próxima escapada, en ese momento cuando podrá abandonar la ciudad por unos días, o unas semanas. En las charlas se da por supuesto que todos vamos a irnos de viaje próximamente -o lo hemos hecho recientemente-, aunque solo sea durante un weekend. ¿Dónde has estado estos últimos tiempos?, te preguntan. Sin duda el francés siempre ha viajado más que español, por cuestiones de orden económico, y también cultural, y esa querencia por el viaje se acentúa en París, donde unas condiciones de vida particularmente estresantes hacen necesario escapar de la ciudad tan a menudo como sea posible para respirar un poco. Por su parte, el sevillano no siente esa necesidad de salir de Sevilla (¿o no puede permitírsela?).

Estas pinceladas recogidas al azar no tienen en cuenta la que tal vez sea la diferencia más importante entre las conversaciones entre parisinos y sevillanos: la forma de hablar, de gestionar una conversación, de participar en ella. Más allá de los temas abordados, es la manera de regular el fluir de una charla la que distingue las interacciones sociales a ambos lados de los Pirineos. Pero ese análisis requiere una agudeza de la que este sevillano carece, al menos por el momento. Quizás al leer este texto dentro de 15 años me sienta capaz de avanzar alguna hipótesis a ese respecto.

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