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Un paseo con Rafael del León (III)

Viajar está sobrevalorado, me dijo el otro día Auro Murciano mientras me cortaba el pelo en su salón de la calle Laraña. Cuando el viaje se ha convertido en un producto de consumo más, en un marcador social que exhibir ante los demás y en una fuente inagotable de contaminación ambiental, muchos nos replanteamos nuestra relación con el acto de pasar unos días en otro lugar. Que para viajar no es necesario moverse es una verdad no por repetida menos cierta. Es más: a menudo la realidad decepciona, mientras que la ficción colma. París nunca es tan París como en los decorados del Hollywood de los años 50; Venecia es más veneciana en los cuadros de Canaletto. Y Tánger o Nueva Orleans viven en un mito interminable. Por su parte, Sevilla me seduce mucho más desde el sofá de mi apartamento parisino, sobre todo de un tiempo a esta parte. Tengo tendencia a fantasear sobre lo que existió y no pude conocer o, directamente, sobre lo que nunca existió. Como la Sevilla de las canciones de Rafael de León, depositaria de la visión romántica de franceses e ingleses, adaptada al gusto español, infalible. Por eso, este breve paseo, de la mano del poeta, se hace por una ciudad inexistente, mitológica, y así ajena a toda crítica, como la pareja de amantes de Tu ropita con la mía. Ni siquiera por una ciudad: por un état d’esprit, como se dice en francés, por un estado de ánimo. Este paseo no necesita desplazamiento alguno.

Rafael de León escribió este portento de copla, Tu ropita con la mía, en 1962, cuando la canción española ya estaba siendo desplazada por otras músicas. Concha Piquer se había retirado de los escenarios en 1958 pero, obligada por sus contratos, aun grabó algunas composiciones antes de dejar de cantar definitivamente. Así, Tu ropita con la mía es como el canto del cisne de un mundo en desaparición o, al menos, en mutación. Su letra revela el estilo depurado, pulido, de un poeta que consigue esbozar un relato con la mayor economía de recursos. Su música, compuesta por el maestro Solano, juguetea entre el alborozo y la ternura, pero deja sobre todo un regusto melancólico, casi amargo. Por último, la orquestación del maestro Cisneros eleva la melodía (ese primoroso repiqueteo de las castañuelas), la sinfoniza, la convierte en pieza de zarzuela o de cualquier acto de Carmen. La copla se sabe moribunda y quiere darlo todo, como la voz de la Piquer, que tan pronto acaricia como araña el estribillo con arrojo. Tu ropita con la mía es una de las perlas de un género herido de muerte (la agonía será larga). Delicada, comedida, en equilibrio prodigioso.

Me fui de Sevilla después de la universidad. Nunca me reconocí en su sociabilidad, en unos códigos que me resultaban incomprensibles. El sentimiento, abstracto y escurridizo, de ser diferente impregnaba mis relaciones con la ciudad. Rafael de León también dejó Sevilla y se fue a Madrid. Su sobrina, Reyes, me contó, la primera vez que me invitó a su apartamento cerca de la plaza del Salvador, que su tío no visitaba su ciudad natal con demasiada frecuencia, a pesar de hablar de ella en sus canciones sin cesar. Yo empecé a apreciar Sevilla viviendo ya en París. ¿Echaba de menos la ciudad real o la novelada desde la distancia? ¿La que conocía o la que me relataban los franceses que la habían visitado de vacaciones? Probablemente una amalgama de todas ellas. Resuelto el escollo del contacto directo, pude recrear en la imaginación (y recrearme yo mismo en) la ciudad donde había crecido. La copla, que escuchaba desde los quince años, jugó cierto papel en esta construcción. En Tu ropita con la mía Sevilla es un personaje ingrato, opuesto al amor de los dos protagonistas. A pie de calle, la ciudad resulta hostil, casi violenta. ¿Por qué esta virulencia hacia los amantes? ¿Qué los hace merecedores del desprecio de los sevillanos? Rafael de León no explica nada y cada oyente puede así proyectarse en la historia como lo sienta. En cambio, a esta ciudad enemiga se le superpone un plano superior y acogedor (¿el de la imaginación?), compuesto de azoteas al viento y de perspectivas a vista de pájaro. Allí arriba, en ese nivel por encima de los mentideros y de las convenciones, se consuma el relato por el roce de la ropa tendida al sol, lejos de la maledicencia de la sociedad. Por encima de la ciudad. Subido a una azotea sevillana, o desde el sofá, uno puede concederse el lujo de romantizar Sevilla en un momento de rêverie, de ensoñación. ¿Se dejaba llevar Rafael de León por momentos así en su casa de Madrid? Jean des Esseintes, el antihéroe de A contrapelo (À rebours), la novela de Joris-Karl Huysmans publicada en 1884, sueña con visitar Londres. Ha leído sobre la ciudad, ha admirado su arquitectura en cuadros e ilustraciones, ha frecuentado los pubs ingleses de París. El día fijado para el viaje, pocos minutos antes de coger el tren, Des Esseintes decide quedarse en tierra y vuelve con las maletas a su casa. ¿Para qué quiere él poner un pie en Londres si ya ha visitado la ciudad a través del arte, de la literatura, del decorado de los restaurantes? ¿Y si la ciudad le decepciona? ¿Sevilla vale más como idea que como realidad? No lo creo. A pesar del conflicto entre planos de la ciudad que se da en Tu ropita con la mía, la Sevilla mitificada, soñada, es inseparable de la de carne y hueso, modelada en gran parte en base a aquella. Ya se sabe: la vida imita al arte.


Concha Piquer a la guitarra.

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