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Libreros de Sevilla: Caótica

Joaquín Sovilla es una de las caras más visibles de Caótica, la librería de la calle José Gestoso. Una cara franca, sin filtros ni rodeos. Desde detrás del mostrador o por entre los estantes de las diferentes secciones, este argentino de San Luis, «la Argentina profunda», reparte entre los clientes recomendaciones y anécdotas con la espontaneidad de un showman: «Necesito naturalidad en mi vida diaria. Si no me gusta un libro, no lo recomiendo y, si tengo que contar alguna historia personal, la suelto. Me es imposible separar mi personalidad de mi trabajo». Vehemente y expansivo, su camino ha discurrido por parajes inesperados. Durante años, se obstinó en convertirse en sacerdote, tratando de sentir una vocación inexistente. Estudió con los salesianos en la ciudad de Córdoba y trabajó como profesor de filosofía en un instituto de la orden en Tierra de Fuego. «Hoy veo que todo fue por escapar de mi pequeña ciudad de provincias. Los salesianos tenían allí un noviciado en el que descubrí una comunidad cosmopolita. Encontré una ventana hacia un mundo nuevo y decidí salir a través de ella».

¿Y cómo fue la experiencia?

Llegué hasta el seminario. Afortunadamente, uno de mis maestros me dijo que, si seguía en mi empeño de hacerme cura, corría hacia el precipicio. Tenía toda la razón. Puedo ser realmente testarudo en mis decisiones. Hasta hace poco, si empezaba un libro, me obligaba a terminarlo por fuerza, aunque no me gustara. La flexibilidad es un músculo que hay que ejercitar cada día.

¿Cómo se empieza a leer?

Mi madre, sin ser una gran lectora, me regalaba libros porque estimaba que a los niños hay que regalarles libros. Eran títulos de Julio Verne y cosas así. A mí no me entusiasmaba la lectura, prefería la pantalla del televisor, que alimentábamos con la batería del coche. Sin embargo, por complacer, me aplicaba. Luego, en el instituto, abandoné completamente el hábito, que no retomé hasta que empecé a estudiar filosofía con los salesianos. Mis maestros me hicieron comprender que leer era parte esencial de mi formación. Y, como con la vocación, me obligué a leer.

¿Y hoy?

Los curas me enseñaron algo: de todo hay que sacar tajada. Cuando trabajaba como profesor de filosofía, solo leía ensayo. Leer era una actividad que debía ser necesariamente rentable y yo, erróneamente, asociaba el provecho al ensayo. La narrativa me parecía un lujo para el que no había tiempo. Creo que entonces aun no había adquirido el gusto por la lectura, que seguía siendo sobre todo algo impuesto, casi mercantil. Cuando dejé la enseñanza, cuando abandoné la comunidad salesiana, me permití leer novela, me dejé llevar en muchos aspectos. Otra vez volvemos a la idea de flexibilidad, de escapar de la disciplina sin contenido. Con el tiempo, percibí que disfrute y formación están conectados, que no hay uno sin la otra.

¿Un librero debe leer mucho?

No necesariamente. Yo soy un lector lento, de sorbos pequeños que sin embargo cunden. Para ser librero hay que tener habilidades sociales, no para vender, sino para crear vínculo. Esa es la palabra clave y una de las bases de nuestro proyecto. En este sentido, me encanta la costumbre de los libreros franceses de colocar pequeñas fichas sobre los libros que recomiendan. En ellas, explican al cliente por qué les ha gustado el libro en cuestión. Es una forma sutil e íntima de conectar con el público.

Caótica abrió sus puertas en 2009, en la Alameda de Hércules. Se llamaba La extravagante y era librería especializada en libros de viajes. Al frente, Maite Aragón Navas y Claudio Sancho, ambos procedentes de grandes cadenas de distribución y con la determinación de sacar adelante un proyecto en forma de cooperativa. Desde entonces, la librería ha evolucionado sustancialmente, tanto en oferta como en espacio. «Poco a poco, empezamos a apostar por la narrativa, siempre con cierta predilección por las editoriales independientes. El cambio de local, en 2017, supuso también un cambio de nombre y una ampliación importante de la oferta. Además, pudimos cumplir un sueño largamente anhelado: tener una cafetería dentro del espacio».

¿Y cómo ha reaccionado Sevilla?

Sin ser doctrinarios, tenemos una orientación política clara y hemos apostado por determinado tipo de producto y de público. Se da la fortuna de que se trata de un público leal, concienciado. Sabíamos que esa parte de la ciudad estaba ahí, que existía, pero no pensábamos que estuviera tan poblada y que fuera a responder tan bien. De todas formas, el proyecto se va transformando, vamos tanteando cosas. Creo que nos hemos adaptado a la ciudad y la ciudad se ha adaptado a nosotros. Me encanta que digan que parecemos una librería de Berlín pero nosotros queremos ser una librería de Sevilla. ¿Qué es ser una librería independiente en Sevilla? Ese es el punto de partida.

Os habrán caído críticas…

Muchas. Por la izquierda, por entrar demasiado en el sistema; por la derecha, por razones obvias. Para los exquisitos, somos más un supermercado que una librería. Nosotros tenemos una orientación ideológica clara y hay cosas que nunca haremos. Pero no se nos caen los anillos si tenemos que vender libretas y bolsas de tela para pagar el alquiler.

¿Cómo se gestiona una librería como Caótica, una cooperativa con personalidades tan dispares?

Cada uno tiene un rol. Por ejemplo, siempre digo que Maite es la cabeza y yo soy la emoción. Curiosamente, las chicas se ocupan de la gestión del proyecto y los chicos estamos más en la venta. Como en las tiendas antiguas de telas, donde los vendedores que atienden a las clientas suelen ser hombres.

¿Qué relación tiene Sevilla con la lectura?

Leer no es una actividad que se viva de forma natural en España. En el cine francés se ven muchos libros. No es algo pretencioso, afectado. Simplemente están ahí, en las casas, formando parte de la vida. Salvo Almodóvar, pocas películas españolas muestran libros, porque la relación con la lectura es más tortuosa. Está impregnada de elementos de clase, de nivel social, económico y cultural. Creo que la labor debe empezar en las bibliotecas, que son el corazón de la cultura. Las bibliotecas de una ciudad tienen que estar nutridas, tener horarios amplios, dejarse ocupar por los usuarios. Sin embargo, las bibliotecas de Sevilla pecan de cierta desconexión de la realidad. Además están demasiado camufladas. En la antigua comisaría de la Gavidia, en vez de un hotel, deberían abrir una biblioteca pública como una catedral.

Lo mismo ocurre con la cultura.

Exacto. En Sevilla, los eventos culturales no tienen nada que ver con la vida de la ciudad. El público que va al Festival de Cine Europeo es el mismo que va a los espectáculos del Maestranza o del Central. Se hace poco por acercar la cultura a la gente, por abrirla. El CENTQUATRE, en París, es un buen ejemplo de centro cultural abierto a la participación, a la implicación de todos. Un lugar que invita a todo un barrio y que crece con las aportaciones más diversas. Cuando la cultura se desconecta de la realidad, se transforma en un producto para la élite. En Caótica, la pandemia nos obligó a cerrar la cafetería, que estaba en la planta baja del edificio. Cuando tuvimos la oportunidad de volver a abrirla, comprendimos que no tenía sentido que la librería estuviera en la planta de arriba, que había que ponerla a pie de calle. Había que renunciar a la cafetería por un tiempo para abrirnos más a la ciudad, para crear un vínculo de calidad. Cuando vuelva a abrir, se situará en el centro, habrá que atravesar estanterías llenas de libros para llegar a ella. Caótica ha pasado del libro de viaje de sus inicios al libro como viaje.

« Yo lucho contra el olvido. No tengo familia ni hijos, no existo en el deseo de otros. Este trabajo me permite transmitir algo, acompañar la vida de los demás. Mi trabajo es mi vida social y viceversa».

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