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Historia(s) de Itaca (II)

Esta serie de textos nace de mis conversaciones con José Antonio Campillo, fundador y propietario de Itaca, el mítico espacio, abierto en 1979, de la calle Amor de Dios. Las primeras tuvieron lugar por teléfono, entre París y Sevilla, a lo largo de octubre de 2020. Luego se sucedieron otros encuentros cara a cara en varios cafés y bares sevillanos, que me permitieron afinar el relato de la historia del club, indisociable del de la vida de José Antonio y de la propia ciudad. Para este segunda parte, he contado además con el testimonio de Luis Yanguas, dj en Itaca entre 1988 y 2000. 

El Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española señala que Ítaca se pronuncia habitualmente en español como palabra esdrújula y que, por tanto, debe llevar tilde. He preferido utilizar la forma llana de la misma, Itaca, tal vez incorrecta pero consagrada por los miles de personas que, desde hace 40 años, han frecuentado esta isla de libertad en el centro de Sevilla.

En esta segunda entrega, la llegada de películas porno desde París supone un giro radical en la historia de Itaca, que, con entusiasmo y cierta inconsciencia, se suma a los vientos de liberación que los años 70 hacen soplar sobre España.

«De chico, los únicos hombres medio en pelotas que veíamos eran los gladiadores de las películas o Tarzán. Luego, con los años, uno se recrea en la cultura clásica, en el arte griego y romano. Esa fascinación por la Antigüedad, y también por el Barroco, tan presentes en Sevilla, se encuentra en el origen de Itaca. Para cerrar el círculo, cuando me despidieron de la fábrica y del sindicato, llegó a mis manos el famoso poema de Cavafis, Ítaca, tan marica en cierto sentido y que recoge numerosos elementos del mundo clásico. Así elegimos, Antonio Morillo y yo, el nombre del pequeño bar que decidimos abrir en la calle Amor de Dios».

Con frecuencia, lo mejor de salir de noche son los momentos previos en casa. Uno elige ropa, se ducha, se viste, se toma una primera cerveza y baila una primera canción imbuido de un sentimiento de posibilidad. El viaje ya ha empezado. En Ítaca, Constantino Cavafis nos insta a disfrutar de cada etapa del periplo, cualquier periplo, sin pensar demasiado en el destino final. La isla del mar Jónico que da título al poema es solo una excusa para hacerse al mar, a la vida o simplemente a la noche. «En los 70, teníamos mucha hambre de libertad, de sexo. Todo estaba por hacer. En aquella época, los maricones se ocultaban para ligar detrás de los matojos en los jardines públicos o en los servicios de las estaciones. No existían locales de sociabilidad gay. Itaca nació con vocación de servicio, con el objetivo de ser un lugar seguro de encuentro y de desarrollo». Desde su juventud en el pueblo hasta su implicación en la lucha obrera, la voluntad de aglutinar, de crear comunidad, impregna todas las etapas de la vida de José Antonio. Cargando estoicamente con el sambenito de empresario LGTB («una espina que llevo clavada»), su trayectoria lo eleva muy por encima de esta etiqueta. Su valentía y generosidad no entienden de beneficios.

EL PRIMER ITACA

Sevilla, 1979. Los mariquitas de la ciudad practican cada tarde la famosa carrera, ese paseo desde la Campana al bar Coliseo, en la Puerta de Jerez. Solos o en pequeños grupos, recorren la calle Sierpes y la avenida de la Constitución (entonces de José Antonio Primo de Rivera) buscando un respiro a la opresión cotidiana. Allí se encuentran, se ponen al día, se escuchan, socializan, se evaden. Desde hace años, la carrera es un verdadero ritual y también es una trampa. La policía acecha; la Ley de Peligrosidad Social se ceba en el menor ademán afeminado, en cualquier vestimenta equívoca. Es fácil acabar en el calabozo, apaleado e insultado. «En Sevilla había mucha represión, mucho dolor. Cuando empecé a frecuentar el ambiente, todo me pareció muy sórdido. El cruising se practicaba en Chapina, que entonces era más peligroso por los chaperos, por los navajeros, que por los fachas; luego en los Jardines de Murillo, un espacio algo más seguro por estar más cerca del Centro. Todo era clandestino, como no podía ser de otro modo», recuerda José Antonio. Existían algunos bares de ambiente por Marqués de Paradas, que cerraban temprano: Chandelier, Prisma, Tibu… «Itaca fue concebido como algo diferente; queríamos ofrecer un espacio de expresión y diálogo. Antonio y yo montamos el bar con cuatro duros en una antigua marmolería donde se fabricaban lápidas. Lo inauguramos durante la Semana Santa del 79. Recuerdo que al fondo de la barra había una cortina y detrás estaban mi hermana y algunos amigos haciendo bocadillos y tortillas para los clientes». Sin ser declaradamente gay, el primer local, en el número 25 de la calle Amor de Dios, bebe del espíritu libertario de la época. Itaca convoca a la gente progresista del barrio de la Alameda de Hércules, «los románticos del anarquismo»: anticuarios, actores, ceramistas y pintores que frecuentan el mercadillo de los domingos por la mañana y forman una comunidad inquieta y comprometida en la Sevilla del momento. En su barra se habla de arte, de sexo, de Concha Piquer. «La ciudad necesitaba un lugar así, un espacio donde socializarnos, donde generar corrientes de opinión y debate. Yo incentivaba el rollo cultureta y alternativo. Organizamos exposiciones de artistas como Juan Luis Aguado o Rafael Abad Mejías. También lecturas de poesía, durante las cuales estábamos todos tirados en cojines por el suelo, fumando lo que se fumaba en aquella época. La Alameda siempre ha sido el barrio señero de la contestación y creo que no se ha subrayado lo suficiente la importancia de la actividad de su gente en aquellos años. Por ejemplo, el primer intento de carnavales, prohibidos tras la Guerra Civil, fue organizado por los vecinos del barrio. Aunque con menos repercusión mediática, aquello generó más dinamita que la manifestación del 78».

Amor de Dios, 25: primera dirección de Itaca.
Constantino Cavafis.

LLEGA EL PORNO

La dinamita, en Itaca, llega de París. Alrededor de tres años después de la apertura del bar, un amigo comienza a traer películas porno gay de la capital francesa, que, cada noche, son proyectadas a un grupo de elegidos a puerta cerrada. El sistema VHS aun no se ha extendido: los films llegan a Sevilla en forma de bobinas. El cine X de la época, que, visto hoy, resulta algo inocente y naïf, refleja sin embargo el entusiasmo, la osadía que los movimientos de liberación homosexual hicieron florecer por el mundo desde finales de los 60 y hasta la llegada del SIDA. La película Knife + Heart (Un couteau dans le cœur, 2018, Yann Gonzalez) retrata la industria francesa de producción de porno homosexual en el momento en que Itaca abre sus puertas. El personaje principal, interpretado por Vanessa Paradis, está inspirado en Anne-Marie Tensi, la misteriosa directora y productora de cine para adultos cuyas cintas, rodadas bajo seudónimo y en su mayor parte desaparecidas, son hoy obras de culto. Quién sabe si alguna de ellas fue proyectada en aquel primer Itaca. «El éxito fue inmediato. Empezamos a proyectar las películas tras el cierre del bar, entre amigos, pero enseguida se corrió la noticia y la gente se quedaba para ver lo que allí pasaba. Comenzaron a pedirme que adelantase la hora. Aquello acabó siendo un totum revultum de amigos, parejas, gente sola. Algunos se calentaban viendo el porno; otros simplemente se tomaban una copa y miraban. Todos lo vivíamos con naturalidad». Luis Yanguas recuerda cómo en la ciudad se comenzó a hablar de «un pub hyppioso en Amor de Dios donde ponían vídeos porno. Hay que tener en cuenta que, aparte de los bares de maricas antiguas, había poca oferta en Sevilla. Tan solo el Trastamara y el Metal, en Jesús del Gran Poder, tenían ciertas aspiraciones de modernidad. Itaca acabó imponiéndose a los dos». Sin embargo, la situación se vuelve complicada: cada vez más gente viene atraída por las películas X y José Antonio debe manejar varios tipos de público. Decide entonces cerrar un tiempo para reflexionar. Es en ese ínterin cuando prende la llama de Itaca, de ese espíritu libre y osado que marcará a toda una generación. «Nos dimos cuenta de que el porno, y posteriormente el cuarto oscuro, también participaban de aquella voluntad de servicio del primer momento. Queríamos liberar la represión latente que existía en la ciudad, sacar a los maricones de las sombras y los subterráneos. El éxito de aquellas proyecciones nos decidió a seguir por aquel camino y, además, nos ayudó a ser más honestos con nosotros mismos. Fue algo que se impuso por sí mismo. También queríamos, necesitábamos, pasárnoslo bien, para qué te voy a mentir», me guiña un ojo José Antonio por encima de su café. Itaca, que aun no es discoteca, reabre tras una pequeña obra: puertas pintadas de rosa, cortinas de encaje, lámparas de mimbre, alfombras, cojines y una luna y un sol en papel maché. La proyección de cine X ya forma parte de la oferta del local. «Nos atrevimos a institucionalizar aquella parte del proyecto, aunque con mucho miedo. En Sevilla se folla hasta en la sacristía pero el lema es Haz lo que quieras sin que se note. Fuimos muy prudentes desde el principio. La policía hacía constantes redadas en los bares de Marqués de Paradas. A pesar de todo, era evidente que la ciudad estaba preparada para un lugar como Itaca». Sin embargo, una parte de la clientela potencial del bar aun no se atreve a cruzar sus puertas. José Antonio observa a ciertos chicos que, noche tras noche, pasan por delante sin decidirse a entrar. Víctimas de una homofobia salvaje, merodean por Amor de Dios buscando el valor de dar el paso. Manolo es uno de ellos. Su aire timorato atrae la atención de José Antonio, que, con delicadeza, lo hace sentir en seguridad y le invita a entrar. Tras una serie de citas, de charlas, de evidencias, acaban haciendo el amor una noche en Itaca, cuando todos los clientes se han marchado. Manolo, «con su sonrisa eterna y su capacidad de empatía», será parte esencial del proyecto, además de compañero de vida hasta el día de hoy.

Vanessa Paradis en Knife + Heart (Un couteau dans le cœur, 2018, Yann Gonzalez).
Fiesta romana en Itaca, años 90 (fotografía José Antonio Campillo).

Esta nueva etapa de Itaca asiste al nacimiento de uno de sus elementos distintivos, indisociable del aura de subversión y leyenda que el espacio irá adquiriendo con los años. Al fondo del bar, junto a los servicios, se encuentra el almacén, un pequeño espacio lleno de cajas con botellas. Una noche, José Antonio decide dejarlo abierto, con la luz apagada. «A la salida del servicio, algunos chicos empezaron a meterse dentro de forma espontánea. Aquel fue el primer cuarto oscuro de Itaca. Llegó un punto en el que algunos iban del servicio al almacén sin guardarse la churra. Era todo muy evidente pero, como ocurrió con las proyecciones, a nadie parecía chocarle». En este momento, ciudad y hombre se escuchan y se comprenden cada vez mejor: Sevilla pide diversión y libertad y José Antonio le ofrece un espacio donde cultivarlas y, al mismo tiempo, donde exorcizar sus propios demonios. El proyecto hace encajar lo personal y lo social con fluidez. Sin embargo, la época de oro de Itaca aun está por llegar. Esa que verá a Cleopatra entrar en su fiesta romana cubierta de velos y portada en su trono; la que hará de la discoteca de la calle Amor de Dios un lugar de peregrinación para los homosexuales de España y de Europa, que vendrán a Sevilla para visitar el Alcázar, la Catedral y su pista de baile.

Alameda bonita

El documental La Alameda, rodado en 1978 por Juan Sebastián Bollaín, recorre el barrio y el momento en los que Itaca aparece en escena. Objeto de deseo maltratado, profanado, el paseo aparece en las imágenes en blanco y negro devorado por los coches y la mugre. El enorme boquete de las obras del metro perfora su centro como una herida abierta. Las casas tradicionales, medio en ruinas, conviven con nuevas construcciones, hijas del desmán inmobiliario que el documental denuncia. Poco queda en aquella época del lugar de esparcimiento, con sus quioscos, fuentes, teatrillos y cines de verano que el barrio fue hasta la Guerra Civil. También la ilustre huella flamenca ha desaparecido. La Alameda ya no es universidad del cante. El tiempo se ha llevado por delante locales míticos como Los Majarones o Las Siete Puertas. El barrio es, en los 70, un cuerpo aquejado de innumerables males: miseria, delincuencia, especulación… Pero también es un organismo muy vivo. La protesta y la creatividad impregnan sus calles y el mercadillo de los domingos es un ágora de libertad. El Carnaval renace de sus cenizas a finales de la década de la mano de Ocaña y de un vecindario activo e implicado. Tiene sentido que Itaca se estableciera en esta zona de la ciudad donde placer y reivindicación, cultura y libertad, han ido siempre de la mano. Un barrio donde, como canta El Pali en una de sus sevillanas, hasta los Hércules bailan por bulerías.

Libros

Constantino Cavafis, Poesía completa, Visor, 2003.

Miguel A. Domínguez Pérez, José María Marchante, Francisco A. Macera Garfia, Origen del movimiento LGTB en Sevilla, Punto Rojo, 2019.

Jordi Costa, Cómo acabar con la contracultura, Taurus, 2018.

Juan Ramon Barbancho, Pablo Morterero, Lo personal es politico. Historia del activismo homosexual en Andalucia, Diputación de Cadiz, 2019.

Películas

Knife + Heart (Un couteau dans le cœur), Yann Gonzalez, 2018.

La Alameda, Juan Sebastián Bollaín, 1978.


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