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Un paseo con Rafael de León (II)

Tatuaje es una canción de 1941. Más que una canción, es un mito. Es La vie en rose de la canción española. Sonó en la radio durante más de dos décadas, marcando de forma indeleble la cultura popular nacional. Narra el encuentro entre una prostituta y un marinero, hermoso y rubio como la cerveza. Sentados en la barra de un bar, él le muestra, tatuado en su brazo, el nombre de la mujer que lo abandonó, pero que él sigue amando. Tras una noche juntos, el marinero desaparece y la protagonista, completamente enamorada, termina tatuándose su nombre y buscándolo de puerto en puerto. El final se abre de esta manera a una historia en espiral, en la que el nombre de la persona deseada viajará de piel en piel en forma de tatuaje.

LA PROSTITUTA

La acción se sitúa en un puerto, desde luego no el de Sevilla. Se trata de un puerto marítimo, con un trasiego incesante de barcos que hacen escala en su periplo por el mundo. Curtidos, los marineros buscan diversión en los tugurios del muelle a través del alcohol, del juego y del sexo. Saben que van a embarcarse por varios meses, así que los encuentros deben ser intensos y anónimos. Dicen que Rafael de León llevó siempre una vida apartada de las convenciones impuestas por sus raíces aristocráticas. Amante de la farándula y de la bohemia, vivió la noche de Sevilla, Madrid o Barcelona. Con toda probabilidad, frecuentó la Alameda de Hércules, ese barrio rojo sevillano que fue además universidad del cante y del baile flamencos. La relación entre copla y flamenco es indudable, aunque es verdad que, por sus arreglos, Tatuaje se acerca más al espíritu del tango argentino y del vals, al menos en la versión canónica de Concha Piquer. El flamenco floreció en los cafés-cantante del siglo XIX, amamantado en gran parte por el hambre de los artistas y por el dinero de los empresarios y señoritos. En Sevilla, existieron numerosos establecimientos de este tipo, que sobrevivieron hasta los años 30, donde flamenco, bebida y prostitución iban a menudo de la mano. Posteriormente, negocios como las tascas, los restaurantes o las ventas abonaron en sus reservados el terreno en el cual el flamenco ya había hundido sus raíces. En el centro de Sevilla, el célebre Café del Burrero, en la calle Tarifa primero y luego en Sierpes, competía con el de Silverio, situado en la calle Rosario y gestionado por el famoso cantaor Silverio Franconetti. Volviendo a la Alameda, numerosos artistas nacieron, vivieron o trabajaron y se formaron en este paseo: Manuel Torre, Pastora Pavón, Niña de los Peines, y su hermano Tomás, Manuel Vallejo, la Macarrona… En su autobiografía, Botín de guerra, Miguel de Molina, que cantaría varias composiciones de Rafael de León, evoca su etapa en Sevilla a finales de los años 20. Mucho antes de hacerse famoso, el artista se ganó la vida organizando juergas en los locales del célebre paseo: « Aquel barrio de la Alameda, con sus colmadillos, podía dar lugar, por el mundo que lo frecuentaba, a decenas de coloridos sainetes. En sus bares solían rondar flamencos, cantaores, bailaoras, de segundo plano, para ver si caía algún ganadero o torero rumboso y se organizaba una juerga para ganar unas pesetas. » Pocas son las huellas que nos quedan de ese ilustre pasado flamenco: las estatuas de Manolo Caracol y de Pastora Pavón en el extremo norte del paseo, el azulejo en la fachada de la academia de baile del maestro Realito, en el número 51 de la calle Trajano… Algo menos evidente, la intersección de las calles Amor de Dios y Conde de Torrejón acogió durante años el restaurante Las Siete Puertas, cuyos azulejos aun coronan el edificio que allí se levanta. Los reservados de este establecimiento fueron escenario de legendarias juergas, financiadas por señoritos aficionados al cante. La prostitución formaba parte de la oferta del local, que perfectamente pudo servir de decorado a la historia de Tatuaje. Todo eso pertenece al pasado. Hoy, la memoria flamenca de la Alameda late en la peña Torres Macarena, del otro lado de la muralla; entre recitales, espectáculos y tertulias, su equipo realiza una labor encomiable.

EL MARINERO

El marinero de Tatuajemás rubio que la miel, no parece ser español: llega en un barco de nombre extranjero y se marcha con rumbo ignorado. Como si fuera un turista llegado en una aerolínea de bajo coste, su estancia es corta; su huella, por el contrario, es honda. Aunque siempre ha atraído a viajeros y trotamundos, Sevilla mantiene actualmente una relación problemática con el turismo. Cualquier paseo por el casco histórico revela el ingente número de hoteles y de tiendas de souvenirs que han abierto en los últimos años. Frente a un Ayuntamiento que ha decidido poner en venta la ciudad, todos nos hacemos las mismas preguntas: ¿el turismo es el único camino?, ¿dónde está el límite?, ¿qué pasará cuando Sevilla deje de figurar entre los destinos de moda? El Centro se vacía de vecinos reales y se llena de gente de paso, alojada en apartamentos turísticos. La señal con las siglas AT (Edificio completo), colocada en innombrables fachadas, forma ya parte del paisaje visual urbano, como el traqueteo de las ruedecillas de las maletas lo es del paisaje sonoro. Pero, cuando parecía que todo estaba perdido, la crisis del Covid-19 ha devuelto temporalmente Sevilla a sus habitantes. Tras el confinamiento de la primavera pasada, un idilio nuevo floreció entre la ciudad y los sevillanos, que redescubrieron lugares sacrificados desde hacía años al turismo: los jardines del Alcázar, la plaza de España, el entorno de la Catedral… Las callejuelas del barrio de Santa Cruz aparecían de repente libres de veladores y de grupos de visitantes, tal y como Rafael de León las evocó en varias de sus coplas. « Había borrado Santa Cruz de mis paseos » o « hacía años que no visitaba el Alcázar » se volvieron frases recurrentes. Mientras el Ayuntamiento, como la protagonista de Tatuaje, buscaba desesperadamente al turista perdido a golpe de campañas de promoción y de planes de urgencia, Sevilla se reencontraba consigo misma.

HOMBRES GUAPOS

El protagonista de Tatuaje es, además, superlativamente guapo. ¿Y los sevillanos? ¿Son guapos los hombres de esta ciudad? Siempre me ha parecido que sí, aunque quizás, después de tantos años en París, mi mirada sea una mirada extranjera, como la de aquellos románticos que venían buscando a Carmen. Tras leer en sus apartamentos parisinos los relatos de los viajeros que les habían precedido, llegaban a Andalucía sabiendo lo que iban, o más bien lo que querían, hallar: la mujer morena, de ojos seductores y porte altivo. La andaluza tal y como la concibió Europa en el siglo XIX. Tal vez yo llevo ese mismo prisma en la mirada y vengo a Sevilla predispuesto a encontrar hombres de pelo ensortijado y piel bronceada, de pelo en pecho y muslos firmes. El arquetipo del andaluz. Basta con cruzarme con un par de ellos por la calle para concluir que el sevillano es verdaderamente guapo. Uno ve lo que quiere ver. En cualquier caso, cabe preguntarse por dónde se mueven los hombres más hermosos de Sevilla: ¿atendiendo en el mercado de Triana?, ¿practicando footing por el río?, ¿conduciendo un autobús de Tussam?… Rafael de León tendría mucho que decir al respecto. Es fácil imaginárselo por la calle Sierpes, admirando bajo el ala de su sombrero la belleza de algún sevillano apuesto o buscando una mirada cómplice en el reflejo de los escaparates. Aunque los descendientes y los exégetas del poeta siguen empeñados en cubrir su vida sentimental de un pacato velo, lo cierto es que sus composiciones han conectado con varias generaciones de homosexuales. Romance de la otra, Compuesta y sin novio o Madrina son algunas de las coplas cuya letra da fácilmente lugar a una doble lectura en clave gay. Durante el franquismo, escuchar y tararear estas historias de pasiones prohibidas podía constituir un espejo en el que reconocer el propio deseo sexual frustrado. En este sentido, Stephanie Sieburth defiende el papel terapéutico que la copla tuvo entre los vencidos de la Guerra civil en su libro Coplas para sobrevivir: Conchita Piquer, los vencidos y la represión franquista. Los encuentros homosexuales estaban condenados al silencio y a los márgenes. ¿Conoció Rafael de León los urinarios públicos que había bajo la Plaza del Duque? ¿Merodeó al caer la noche por el entorno del Prado de San Sebastián? Y aun antes, ¿frecuentó el poeta el Barrio Moro construido para la Exposición del 29? Su célebre cafetín causó furor entre los homosexuales sevillanos, pues los apuestos camareros ofrecían sus servicios a los clientes dispuestos a pagar por ellos. El propio Miguel De Molina perdió la virginidad con uno de aquellos trabajadores, aunque sin mediar dinero, según cuenta en su autobiografía.

Jean Genet fotografiado por Brassaï, París, 1950.

Jean Genet recorrió España a pie a principios de los años 30. En Diario del ladrón (Journal du voleur), donde reconstruye su errático deambular por el país, el escritor francés recuerda aquel periodo como l’époque de ma vie la plus misérable. De Barcelona, donde malvivió robando y prostituyéndose a los marineros del puerto, Genet bajó a Cádiz. Es el verano de 1934 y el autor describe el sur de España con estas palabras: L’Andalousie était belle, chaude et stérile. Je l’ai toute parcourue. No sabemos si Genet escuchó Tatuaje alguna vez en su vida. Tal vez la copla sonó en la radio de algún café durante sus años en Tánger. En cualquier caso, un hermoso vínculo fluye entre la composición de Rafael de León y Querelle de Brest, la novela publicada por el escritor en 1947. Querelle es un rubio marinero, traficante de opio, cuya excepcional belleza hace vibrar los bajos fondos del famoso puerto de Bretaña. Todos sucumben a su poder de atracción, desde el teniente Seblon (como el bar del barrio del Pópulo, en Cádiz) hasta Madame Lysiane, dueña del prostíbulo más famoso de Brest, La Feria. Poseer a Querelle, que además es un asesino en serie, pero esa es otra historia, se convierte en una obsesión para estos personajes. En 1982, Rainer Werner Fassbinder adaptó al cine la novela de Genet. Andy Warhol creó el cartel de la película. Rodada en estudio, los decorados constituyen una vision estilizada y algo kitsch del puerto de Brest, con sus murallas ornadas de enormes penes de piedra. El film retoma la mitología en torno a la figura del marinero que Genet y Rafael de León, cada uno a su manera, ya habían evocado: alcohol, soledad, prostitución… Brad Davis, que interpreta el papel principal, bien podría haber inspirado el personaje del marinero de Tatuaje si Rafael de León se lo hubiera cruzado por la calle Sierpes.

Epílogo

La protagonista de Tatuaje sigue buscando. En la calle Amor de Dios, un nombre capta su atención: Ítaca, como la patria del marinero más famoso de todos. Tal vez el suyo haya pasado por aquí. Este club forma parte del patrimonio de la noche sevillana. Sus salas, que se han llenado y se han vaciado varias veces según las modas, son escenario de espectáculos de copla y transformismo y de encuentros sexuales anónimos. Con más de 30 años, Ítaca resiste al paso del tiempo, tal vez por mantenerse fiel a sí misma. Su espíritu ha cambiado poco a lo largo de los años. Al entrar, nuestra prostituta siente pronto el alivio que otorgan los lugares encarnados, inmunes a los años. Una penumbra reconfortante la envuelve. Sentada en la barra, esta vez sola, piensa que quizás este sea un buen lugar para descansar de su búsqueda.

Brad Davis en Querelle, Rainer Werner Fassbinder, 1982.
Concha Piquer.

Libros

Rafael de León, Poemas y canciones, Alfar, 2003.

Miguel de Molina, Botín de guerra, Almuzara, 2012.

Stephanie Sieburth, Coplas para sobrevivir: Conchita Piquer, los vencidos y la represión franquista, Cátedra, 2016.

Miguel A. Domínguez Pérez, José María Marchante, Francisco A. Macera Garfia, Origen del movimiento LGTB en Sevilla, Punto Rojo, 2019.

Jean Genet, Diario del ladrón, RBA, 2010.

Jean Genet, Querelle de Brest, Debolsillo, 2004.

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