comentarios 2

Libreros de Sevilla: Yerma

En París me cuesta salir a las afueras de la ciudad, visitar a amigos que se han mudado al otro lado del périphérique. Aunque los precios de los alquileres se disparen, el auténtico parisino no concibe vivir, ni pasar demasiado tiempo, en un lugar que no sea Paris intramuros. ¿Qué se me ha perdido a mí por ahí fuera? Algo parecido me ocurre en Sevilla: el centro me absorbe y no soy capaz de traspasar la barrera psicológica de las antiguas murallas. Por mucho que el casco histórico, irreconocible ya, pierda su savia, que las calles y plazas sean pasto del turismo y la baratura, uno se empeña en transitarlas una y otra vez, por inercia, en un gesto estéril. La batalla, por ahora, está perdida, me digo al fin. ¿Por qué seguir insistiendo? ¿Por qué no aventurarse en otras zonas de la ciudad? Deponer las armas: os entregamos el centro para que mercadeéis con él, dejadnos el resto. Por el ver el lado positivo, la muerte de los centros históricos de las ciudades empuja a snobs como yo a romper sus hábitos, a concebir la ciudad más allá de lo monumental y pintoresco.

La librería Yerma no está en el centro, pero tampoco muy lejos de él. Tampoco está en un arrabal de solera. Abrió sus puertas en 1993, poco tiempo después de la construcción del edificio que la alberga, en un entorno a medio hacer, desligado de la ciudad explotable, sin el poso histórico de ésta pero rodeado de facultades y colegios. Eso debe de ser el progreso: que un barrio tenga una librería en su seno desde el principio. «Yerma siempre ha estado muy unida al vecindario. Nuestra historia corre pareja a la del barrio, así como a la vida académica que se respira por esta zona de ciudad. Mi tía Rosa, lectora voraz y aspersiva en sus recomendaciones, siempre quiso ser librera y no dudó cuando se le presentó la oportunidad. Estuvo al frente de Yerma hasta hace tres años, cuando se jubiló. Entonces nosotros cogimos la librería». Sergio Rojas-Marcos hizo el viaje inverso a la mayoría: de la edición, en Athenaica, al oficio de librero. Recogiendo un legado de casi 30 años de actividad, de vinculación al instituto Murillo y a las facultades de psicología, filosofía y ciencias de la educación, de enfoque feminista, asumió el mando del espacio con un respeto absoluto por su espíritu. «Se da la paradoja de que estamos en un barrio joven pero somos una librería veterana. Treinta años es una cifra respetable en estos casos. Cuando me hice cargo del negocio, sabía muy bien que era necesario conservar lo conseguido. No se trataba de reinventarlo, de adaptarlo a los tiempos, sino de mantenerlo fiel a sí mismo».

¿Cómo fue el paso del mundo de la edición al de la venta?

Yo no conocía en su justa medida el poder que puede tener una librería para fidelizar al lector. La gente viene y a menudo espera que le recomiendes algo, que le digas qué tiene que leer. En esa situación ayuda tener criterio y cierta seguridad. Se crea entonces una relación de confianza, casi de intimidad, muy curiosa, por intensa y efímera. Al principio yo no poseía esas dotes, dudaba, no me sentía legitimado para asumir tal responsabilidad. Con todo, creo que no hay que ser demasiado firme a la hora de aconsejar, puede ser contraproducente. La prudencia y la humildad son las mejores aliadas. Yo suelo pedir a los clientes que vuelvan y que me digan si les ha gustado el libro que les recomendé.

Porque evidentemente un librero no puede leer todo lo que se publica.

Es imposible. En España se publica mucho desde hace al menos 20 años. Actualmente el mercado del libro se encuentra en una especie de vorágine. Nunca han existido tantas pequeñas editoriales de calidad y nunca han tenido tanto poder los grandes grupos. Puede sonar contradictorio pero es que hoy es muy fácil montar una editorial. Existe un menudeo de títulos publicados en tiradas cortísimas y, en paralelo, superventas diseñados con el objetivo de reventar el mercado. Debido a esa enorme cantidad de libros publicados, los libreros podemos hacer de prescriptores, es algo propio de España. En otros países, con niveles de lectura más latos y con mayor número de habitantes, todo lo que se publica se vende sin casi mediación del librero. Aquí hay mucha devolución y mucho libro destruido: sale más a cuenta que almacenarlos. Realmente es una cadena poco efectiva.

No se piensa en esa vertiente técnica cuando se fantasea con el oficio de librero.

Ese trasfondo es esencial, es la base de todo. La gestión, la rutina, suponen la mayor parte del trabajo. Luego evidentemente existe un lado más amable, más humano, que te permite hablar de libros con la gente.

Sergio y yo estamos sentados en la entrada de la librería, en una mesa dispuesta para la ocasión. La luz y el aire suave entran a raudales por la puerta y las cristaleras abiertas. El fondo musical y los libros alrededor, recubriendo estantes y expositores, nos arropan con benevolencia. Huele a papel y a madera. A pesar de lo que acabo de escuchar, me cuesta escapar de esa visión romántica del trabajo en una librería.

¿Tú cómo empezaste a leer?

Mi madre y mis hermanos son grandes lectores. En casa siempre hubo libros. Para mí también fue muy importante la asignatura de literatura española del siglo XX en COU, así como el profesor que me la impartió, Manuel Fernández Alonso. Ahí empecé a leer cosas con más enjundia. Después en la facultad recuerdo empezar a frecuentar librerías con mis compañeros de clase.

En Francia, los alumnos de algunos institutos están obligados a leer 20 minutos al principio de la primera clase después del recreo. Cada uno trae consigo de casa el libro que esté leyendo en ese momento y, durante esos minutos, todos, incluido el profesor, leen en silencio. De hecho la iniciativa se llama Silence, on lit ! (¡Silencio, se lee!). Luego, la clase puede comenzar. La participación en esta actividad no cuenta en el expediente académico, no existe un objetivo cuantitativo. Simplemente se trata de reservar un espacio para la lectura, también para la concentración y el respeto, cada alumno sumergido en su pequeña edición de bolsillo, algunos adormilados. Me hubiera gustado participar en ese ejercicio durante mis años de instituto en el Colegio Aljarafe. Empecé a leer por imitación de mi familia y por mi dificultad para las relaciones sociales. Cuanto más leía, más lo necesitaba, pero también más diferente del resto me sentía. Leer junto a mis compañeros de clase, normalizar la lectura (una asignatura pendiente en España, según algunos de los libreros entrevistados en esta serie), habría sido reconfortante.

¿Qué relación tiene Sevilla con la lectura?

Esa pregunta tiene difícil respuesta. Te puedo decir que una gran parte de los clientes de Yerma tiene más de 60 años. Son asiduos a la librería desde hace mucho tiempo. Con frecuencia pido libros pensando en ellos, en sus gustos que conozco tan bien. ¿Los mayores leen más que los jóvenes? Me suena a cliché. Creo que se trata sobre todo de un problema de poder adquisitivo. De hecho me encanta cuando viene algún cliente joven, tal vez estudiante de la facultad de filosofía, a comprar una edición de bolsillo haciendo un gran esfuerzo económico. Esa pequeña venta me produce un enorme placer.

El libro de bolsillo no se vende tanto en España como en otros países.

Sería una buena forma de estimular la lectura: ampliar y dar más promoción a ese tipo de ediciones. Resulta incomprensible que esas estupendas colecciones no reciban la atención debida. En comparación con otros países, en España el libro es un producto caro. ¿Por qué no hacer hincapié en los formatos asequibles?

En Yerma tienen mucho protagonismo.

El espacio lo diseñó mi tía y, al ser todo de madera, parece el interior de un barco. Es algo poco frecuente en Sevilla, más propio de regiones del norte. La galería que recorre el espacio sirve para proponer más libros. Además las estanterías son correderas: el espacio es doble. Ahí es podemos mantener las colecciones de bolsillo de Cátedra, de Alianza, que siempre han estado en el meollo del proyecto. Yerma funciona como una libería de barrio, generalista, y al mismo tiempo especializada, con sus secciones de filosofía, educación, psicología…

Antes has hablado de la relación tan estrecha con el barrio. ¿Y con el resto de la ciudad?

También es muy importante y se materializa cuando organizamos actividades. Tenemos varios clubes de lectura, programamos a menudo charlas con especialistas, presentaciones… Es esencial para que esto funcione. Una librería no sobrevive tan solo abriendo sus puertas cada mañana: es necesario organizar actividades. Quizás es algo de aquí, esa necesidad de comunicar, de abrir el espacio, de dinamizarlo con encuentros sociales. Tal vez en otros lugares la librería sigue siendo un lugar dedicado a la experiencia individual. Pero estamos en Sevilla… En cualquier caso se trata de un debate interesante: ¿la lectura es un gesto íntimo o social?

2 Comments

Responder