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Libreros de Sevilla: La Fuga

Todos fantaseamos con la idea de escapar. La fuga puede estar motivada por una urgencia amenazante, pero uno puede también fugarse solo por un momento, en un pequeño acto de rebeldía cotidiana. Una evasión que otorga perspectiva, un respiro ante las fauces del día a día. Fugas reales o imaginarias, tal vez la más espectacular de todas, y la más extendida, sea la de uno mismo. Huir, escapar son actividades sanas y necesarias. Un amigo que conozco desde hace años reivindica su derecho a vivir en la ficción, a preferirla a la realidad. En cualquier caso, fugarse constituye un acto legítimo practicado por muchos, en soledad o en grupo. La Fuga, la librería de la calle Conde de Torrejón, en el barrio de la Alameda de Hércules, está abierta a todas las formas de la huida liberadora. Luis Gallego, su creador y propietario, se propuso abrir un espacio donde ejercer el oficio de librero, a la vez que un lugar al servicio de los movimientos sociales y artísticos de Sevilla.

«Abrí La Fuga en noviembre de 2004. Todos estos años me han ayudado a tener una panorámica bastante completa de lo que pasa en la ciudad. Desde esa posición de observador privilegiado, puedo poner en contacto a gente que trabaja en temas afines. Ese es uno de los roles más importantes del librero: ser un puente entre las personas».

¿Cómo ha cambiado la ciudad, y sobre todo el barrio, desde 2004?

Yo puedo estar aquí porque en su día compré el local. Hoy me sería imposible pagar un alquiler, por pequeño que fuera, en este barrio. La Alameda ha cambiado muchísimo en 17 años, sobra decirlo. Primero se gentrificó y luego se turistificó. En 2006, publicamos El Gran Pollo de la Alameda, un libro que retrataba los últimos años de lucha social en el barrio cuando ya todo estaba perdido: aquel año se acometieron las obras que supusieron el desmantelamiento social de la zona. A pesar de todo, desde principios del siglo XX, la Alameda, como todo el norte del casco antiguo, ha sido el barrio de la lucha, de la contestación. También de la creación y del arte. Tiene sentido que La Fuga esté donde está.

Frente a la ciudad del turismo y el tópico, La Fuga ofrece un espacio para la resistencia.

La Fuga es una librería política. No porque haya mucho ensayo (de hecho, hay mucha narrativa, además de poesía o de cómic), sino porque el enfoque es político. La política está en todas partes: en cómo cuentas una historia o en qué visión del mundo vehiculas, independientemente de tu calidad literaria. Por ejemplo, yo no tengo nada de Vargas Llosa, ni del Grupo Prisa; no voy a legitimar sus tomas de posición. Esa decisión ya es política.

¿De qué hay que fugarse?

Encontré el nombre de la librería charlando con unos amigos poetas. Nos gustó a todos. Se puede justificar como se quiera, por ejemplo la fuga del trabajo asalariado, de la normatividad. Resulta un nombre casi misterioso.

¿Y un librero puede ayudar en esa huida?

Bueno, paradójicamente, el oficio de librero tiene una parte importante e invisible de trabajo administrativo, que te ata a la realidad del negocio. Es una faceta monótona y tediosa pero imprescindible para constituir un buen fondo. Tener un buen fondo, coherente y de calidad, es lo más importante. En ese sentido, me parece que Palas es la mejor librería de Sevilla. Luego está el rol de prescriptor: debes recomendar libros a tus clientes, a medida que conoces sus gustos e intereses. Eso se aprende con el tiempo. Ahí sí puedes aportar tu granito de arena en la fuga, metafórica o real, de algunos de ellos.

¿Hay que leer mucho para desempeñar ese rol?

Yo suelo leer una hora al día, en casa o en el autobús. Evidentemente, es imposible leerlo todo. Hay que conocer el perfil de los autores y de las editoriales, sobre todo de las independientes. Suelen tener un catálogo muy trabajado, con unas líneas muy definidas. Cuando entiendes esas líneas, el trabajo de prescripción se vuelve más claro. Hay que tener cierto olfato, porque en España se publica mucho, demasiado. El mercado editorial nacional se comporta como una burbuja que crece sin parar a base de novedades. Los clientes también me descubren cosas constantemente, incluso me hacen replantearme aspectos de la librería en los que nunca había pensado. Es como un trabajo en equipo. Realmente, hay muchas formas de apoyar un negocio, no solamente comprando. Por eso, el fuerte de La Fuga es la gente que gira alrededor, de muchas formas diferentes. Todos forman parte de la aventura.

Como una pantalla de cine, los grandes ventanales enmarcan la intersección de las calles Correduría y Conde de Torrejón, ese cruce señero en el barrio. Veo gente que se dirige al trabajo, que pasea al perro, en bici. Es un día cualquiera entre semana y me sorprende ver que hasta cuatro clientes entran en la librería para preguntarle a Luis por varios títulos, que acaban comprando. Los prejuicios (Sevilla, ciudad que no lee, inculta) y el desconocimiento me pueden a menudo.

«Es verdad que Andalucía occidental supone una parte ínfima en las ventas de las distribuidoras. He escuchado decir a editoriales de Madrid que en Sevilla hay pocas librerías, pero lo cierto es que sobrevivimos todas… En cualquier caso, es seguro que a veces resulta difícil vender libros en esta ciudad».

¿Qué relación tiene Sevilla con la lectura, con la cultura?

Es complicado, no sabría qué decirte. Ademas de la imagen típica, hay otras Sevillas. Por ejemplo, el tema de la contracultura está muy olvidado aquí, mientras que en Barcelona se reivindica y se ha integrado en la historia y en el imaginario de la ciudad. Se ha capitalizado. En Sevilla parece como si nunca hubiera existido, sigue siendo subterráneo (lo que, por otro lado, es aun más contracultura). La realidad es que Barcelona miraba más a Sevilla que a Madrid en los años 70. Hay una memoria de espacios y personajes que pervive en la memoria de los que vivieron aquellos años, pero la cultura oficial nunca se ha interesado por esa vertiente, imprescindible para comprender la ciudad en toda su riqueza.

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