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Almacenes Pérez Cuadrado

« Tengo que pasar por José Gestoso para comprarme calzoncillos. » Muchos somos los que hemos dicho esta frase más de una vez. Y más de dos y de tres. Desde los años 60, los almacenes Pérez Cuadrado surten a Sevilla de ropa interior. Varias generaciones de sevillanos han atravesado su puerta, repitiendo un hábito que a menudo pasa de padres, o más bien de madres, a hijos.

La historia comienza en 1944. El 2 de enero de aquel año, tres socios, Francisco Ledesma y Luis y Rafael Pérez Cuadrado, abren un almacén de paquetería en la planta baja de una casa del siglo XVIII de la calle José Gestoso. El patio de columnas genovesas, una de las cuales luce el escudo de la familia que construyó la morada, se llena de mostradores y de estanterías de madera. Aquel primer negocio vendía de todo: lanas, papel, botones, hilo… El vínculo entre la ciudad y el nuevo establecimiento se estrecha a lo largo de aquellos años en los que el comercio no solo proponía artículos en venta, sino que ofrecía también contacto humano y sentimiento de comunidad. Rafael Pérez, hijo de Luis y actual propietario del establecimiento, me explica que, sin escaparate alguno, la reputación del negocio se ha cimentado siempre en el boca a boca. Los buenos precios y la calidad del producto han hecho el resto. Algunas clientes piden hoy ser atendidas por el mismo vendedor que conoció a su madre o incluso a su abuela. Ese componente afectivo tiñe las relaciones entre el establecimiento y su clientela, que acude desde las barriadas o desde los pueblos de la región para comprar ropa interior, de casa o artículos de perfumería. El equipo de vendedores, enteramente masculino, aconseja pacientemente a una clientela compuesta casi en exclusiva por mujeres acompañadas de sus maridos o de sus hijos. La inversión de roles (vendedora-mujer, cliente-hombre) ha sido marca de la casa desde el principio, me confirma Rafael. Su madre, Pepita, presidió el negocio durante años; hoy es su hija, Ángela, la que toma progresivamente las riendas del establecimiento.

Acercarse una mañana a Pérez Cuadrado tiene algo de viaje en el tiempo. Los muebles originales (mostradores, estanterías) permanecen ahí, custodiados por las columnas del patio. Las marcas de siempre (Abanderado, Instituto Español) siguen presentes a pesar de los años. En Navidad, los clientes hacen cola para comprar los regalos de Reyes. Sin embargo, este viaje no se detiene en el pasado. Tan solo recoge sus mejores frutos (autenticidad, cercanía, identidad) para proyectarlos en el futuro: Pérez Cuadrado y los negocios de su estirpe representan el porvenir que debería ser. La ciudad que debería volver.


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