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Antigua Cerería del Salvador

Conozco a alguien en París que, al caer la noche, ilumina su apartamento únicamente con velas. La vela, ese artilugio de pasmosa simplicidad, tiene también el poder de crear, de evocar atmósferas con solo aplicarle una breve llama. En Sevilla, más que el interior de las casas, las velas alumbran el interior de los templos. El fuego se utiliza aquí para convocar y para convencer a la divinidad. Para embellecerla también. Desde hace más de 100 años, los maestros cereros de Antigua Cerería del Salvador manejan como nadie este poder asombroso. Al igual que los orfebres de Seco, cuya historia relaté en otro post, esta familia contribuye con su savoir-faire a insuflar vida a las imágenes de las iglesias sevillanas, esa población muda que sin embargo palpita y suspira a la luz de los cirios. La historia de esta venerable casa comienza en 1845, en una finca de Puebla del Río. La familia coloca panales en los abundantes eucaliptos y vende la miel que las abejas producen. «La cera se utilizaba para fabricar velas allí mismo, en el cortijo. Fue mi bisabuelo, o quizás mi tatarabuelo, Antonio López, quien empezó a comercializarlas. En la familia siempre hemos sido Antonios y Manueles«, me cuenta Manuel López. Esta mañana visito la tienda de la plaza del Salvador, último emplazamiento de un negocio que ha viajado por toda Sevilla. «A principios del siglo XX mi familia se trasladó al Centro. Primero a una casa en la calle Siete Revueltas, donde se fabricaban y se vendían las velas. Luego al número 8 de la plaza del Salvador, a una casa que hacía las veces de fábrica, tienda y vivienda. En las fotografías de la época se puede ver que ya se vendían objetos de decoración, como en un bazar. Esa vertiente del negocio se fue abandonando progresivamente hasta quedar circunscrita al arte sacro. En cualquier caso, las velas siempre han sido el centro de nuestra actividad». Hoy la cera se compra a una cooperativa de apicultores y las velas se fabrican en un polígono industrial de las afueras.

La tienda del Salvador se encuentra en la unión de las calles Álvarez Quintero y Villegas. Esa curva, recoleta y añeja, albergó hasta hace poco establecimientos que nada tenían que ver con los que ahora la afean. Siempre he querido pensar que aquellas tiendas inspiraron a Luis Cernuda uno de los textos de Ocnos: El bazar. En él, el poeta rememora la atmósfera de los viejos negocios burgueses de interior acolchado y chic (perfumerías, sombrererías, boutiques de novedades y decoración), cuyo encanto flota en el aire, impersonal e indivisible, como el aroma mismo de las pieles, los polvos de arroz y el opponax, hecho ya época él mismo, leyenda e historia. Yo recuerdo, en ese tramo de calle, pasar por delante de escaparates primorosos, instalados en otro momento y en otra ciudad: frascos de eau de Cologne, guantes y monederos de piel, sombreros de fieltro con pluma. Hoy solo Antigua Cerería mantiene esa solera que escapa al tiempo. Como en el bazar cernudiano, el aire huele aquí a cera, a incienso y a resinas. «El incienso se preparaba antiguamente en enormes mantas que extendíamos por el suelo de casa. Allí mezclábamos la mirra y las otras esencias. En función de la cosecha, cada año los ingredientes huelen diferente y la mezcla tiene su propio carácter». Manuel saca de un mueble bajo una inmensa tableta de cera virgen, cuyo olor, denso y dulzón, no es comparable con nada. «Mucha gente compra la cera pura en tacos para tratar muebles antiguos. También la buscan los restauradores y los estudiantes de bellas artes».

Evidentemente, la actividad de la Cerería se acelera cuando se aproxima un culto especial en alguna iglesia de la ciudad y, sobre todo, cuando se acerca la Semana Santa. La Iglesia estipula la composición que deben tener las velas utilizadas en las misas y en otras funciones litúrgicas. «Algunas están hechas de una mezcla de cera virgen con parafina, a diferentes porcentajes. Pero, para las procesiones, la mayoría de cofradías intenta que sus pasos lleven únicamente cera virgen de abeja», explica Manuel. La priostía hace un encargo por medidas de cera y cada vela lleva un economizador o capitel en el extremo superior. Este pequeño recipiente, que recoge la cera que se va fundiendo, impide que esta chorree y se pierda. «La cera es una materia cara, hay que evitar desperdicios. Toda debe arder». Nada se deja al azar, todo es de una precisión asombrosa. Los cirios que lleva un paso, sobre todo un paso de palio, deben tener cierta flexibilidad para no romperse durante una levantá. Esto se consigue, además de gracias a la pureza de la materia prima, mediante el método de inmersión utilizado por los fabricantes de la Cerería. Las mechas se introducen una y otra vez en la cera fundida que, capa a capa, van conformando la vela. Así se garantizan robustez y resistencia. Maravillado por estas explicaciones, pienso en mi amigo parisino y en su ritual vespertino. Antes de salir de la tienda, compro dos velas de cera pura para llevárselas a París. A mi lado, dos chicos conversan con una de las vendedoras. Creo que se disponen a comprar alguna figura sagrada (un angelito, un santo, una virgen). Son jóvenes, casi adolescentes. Hablan de coronas, tejidos y advocaciones de vírgenes con soltura y conocimiento. Prodigios de Sevilla.

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